Los tiempos han cambiado y si bien la enseñanza virtual gana terreno en las distintas áreas de formación, la modalidad tradicional no pierde vigencia y sigue siendo la opción más elegida al momento de comenzar una cursada.
A pesar de requerir una mayor organización del tiempo para optimizarlo al máximo, los encuentros presenciales permiten una conexión especial entre docentes y alumnos, al mismo tiempo que fortalecen los lazos de compañerismo y el sentido de pertenencia.
Las experiencias que se generan en el acercamiento en el aula no son irremplazables, pero sí le aportan al proceso de aprendizaje un condimento especial como un mejor conocimiento entre el profesor y los estudiantes y también entre pares, que aumenta la motivación.
Además, el asistir a un espacio concreto en un horario determinado nos permite desarrollar mejor la concentración y el rendimiento, dado que se reducen las distracciones que pueden acrecentarse en el entorno del hogar.
A su vez, nos libera de la tensión que ocasiona el funcionamiento de las herramientas digitales y nos predispone mejor, con un mayor interés por la clase.
La enseñanza presencial siempre será uno de los recursos más efectivos al momento de emprender un proceso de aprendizaje porque no sólo genera buenos resultados en cuanto a lo intelectual, sino que contribuye a un crecimiento personal.